octubre 18, 2016

Lo siento Erick

Martes. 3am. De nuevo me había conquistado el insomnio, a lo que ya me he sabido resignar e incluso sacar provecho, así que no estaba para nada mal. Lo primero que me sugirió el cerebro fue revisar el Grindr, si, la app gay; en líneas generales le he perdido toda la fe al proceso de ligue y encuentro al que la mayoría de hombres gay está acostumbrado hoy en día, es decir, sigo disfrutando el sexo y la emoción del primer encuentro, pero mi proceso de búsqueda y selección es más intelectual, más calmado o más profundo, no sabría decirlo con certeza. Tal vez sea cierto y me estoy volviendo viejo y complicado, aun así, lo disfruto y, aunque parezca imposible, siempre termino encontrando alguien que llena mis expectativas.

Entonces, ahí estaba yo, 3 de la mañana, increíblemente frío para una ciudad como Guayaquil, metido bajo las cobijas, evitando ser devorado por los zancudos y hacer demasiado ruido.  Entonces recibo este mensaje. Lo típico: “Hola. ¿Qué tal?”. Me encanta cuando el inicio es sutil, como quien no quiere nada en lo absoluto. Después de un par de minutos aún no habíamos caído en las preguntas básicas (edades, roles, ubicaciones…). La conversación se había ido por las ramas más interesantes, pequeñas preguntas bien pensadas sobre nacionalidades, gustos musicales, gustos en comida, hobbies, historias de viaje y de amores del pasado.

Era impresionante la cantidad de líneas de conversación que se producían una tras otra con fluidez al pasar cada segundo. Luego de un rato por fin apareció la primera pregunta incómoda, para él, no para mí: ¿Y por qué estás despierto a esta hora?”. Mi respuesta era simple: “INSOMNIO, tengo un par de meses con problemas para dormir. Nada grave. Mi cuerpo está reajustándose a nuevos ritmos y aún no encuentra el reloj correcto”, le dije, esperando sonar gracioso.

Hubo un par de segundos de silencio esta vez, entonces llegó su respuesta: “Mi novio me acaba de terminar y no puedo dormir”. Por supuesto yo, de chismoso, metiendo el dedo en la llaga, tenía que preguntarle lo que había sucedido. Así, línea a línea, me enteré de su historia personal de amor y dolor…

Tenían un par de años juntos, típica película que empieza muy bien. Hacía unos meses habían decidido mudarse juntos, pensando que eso fortalecería la relación en un tiempo en el que parecía que todo se había comenzado a enfriar. Ambos se estaban esforzando, aparentemente. Pero el fuego realmente se había extinguido y sólo estaban soplando cenizas al viento. Entonces llegó un empleo tras otro, el éxito laboral que te aleja de casa y te mantiene ocupado días y noches enteras, la distancia era evidente entre los dos, aun compartiendo la misma cama ya se sentían como dos mundos orbitando en direcciones opuestas.

“Entonces, hoy salí de la oficina a golpe de la una de la mañana, conduje a casa, subí al apartamento y encontré una nota sobre la cama: ‘Te deseo lo mejor, yo buscaré mi felicidad, espero encuentres la tuya’. No puedo decir que no lo veía venir. Pero pensé que habría un proceso de diálogo al menos. En fin, abrí una botella de vino y aquí sigo despierto. Todas sus cosas desaparecieron. Y, aunque apenas podía llamar relación a lo que teníamos en los últimos meses, igual siento que he perdido una parte de mí. Como que me falta algo. La cama se me hace demasiado grande.”

Debo admitir que fui yo el salido que le preguntó si quería compañía. No estaba seguro de cómo lucía este hombre, pero sentí que le vendría bien conversar y desahogarse. Así que hice un poco de presión, un par de ofertas que incluían compañía, música suave y oír todo lo que tuviera que decir en perfecto silencio y absoluta atención.

Diez minutos después me encontraba caminando por las calles de Guayaquil en dirección al centro de la ciudad. A encontrarme con un perfecto desconocido. Llegué al sitio pactado para el encuentro y observé la hora en el móvil, 4.15 am. Caminé demasiado rápido y llegué cinco minutos antes, pensaba que el sitio quedaba más lejos.

Entonces veo un auto acercarse, el número de placa me indicaba que era él. Se me acelera el corazón, más de miedo que cualquier otra cosa, podría todo haber sido mentira y estar a punto de irme al apartamento de un loco, un asesino en serie o algo peor. Él se detiene frente a mí y abre la puerta del lado del pasajero, me subo y me recibe una mano en gesto de saludo, esperando el primer apretón entre dos seres insomnes. Lo observo sonreír, es más guapo de lo que pensaba que sería, su cabello oscuro y liso cayendo un poco hacia ambos lados, sus dientes derechos, sus labios pequeños, nariz perfilada, ojos color café.

“¿Siempre vistes así para tus encuentros de madrugada?”, le pregunto mirando sus zapatos de vestir, pantalón y camisa negra abotonada hasta el cuello tras una corbata azul marino. “No”, responde él, “ni siquiera me he cambiado desde que salí de la oficina. Que pena contigo”. Nos fuimos a su casa, conversando sobre el viaje desde Venezuela y los retos de renunciar a todo para obtener el mundo.

Llegamos al apartamento, comenzó ofreciéndome vino, pero ya había tomado lo que había, así que luego fue cerveza o jugo de naranja. Acepté el jugo. Nos sentamos a conversar, primero de sus propios viajes, sus proyectos, su colección de maquetas de diversos proyectos en los que ha trabajado, su fascinación por el cine de ficción y la ingeniería de vanguardia. Pero era inevitable el tema de su relación, en cada tema, en cada detalle, en cada rincón del apartamento algo le recordaba a quien se acababa de marchar de su vida. Poco a poco fuimos pasando de lo curioso a lo personal, a lo triste, a lo nostálgico. La luz de su sonrisa y de sus ojos se iba apagando.

Entonces, de la nada, resolvió por ducharse para estar más cómodo y presentable. Me quedé sólo, sentado en su cama, mirando por la ventana las líneas de la ciudad, sorbiendo del exagerado vaso de jugo que me había servido y picando ocasionalmente la bolsa de maní salado que había abierto para mí y que parecía tener años guardada.

Cuando volvió de la ducha me pareció mucho más guapo que cuando me recogió en el auto. Su cabello húmedo parecía más oscuro contra su piel blanca y realmente se veía mucho más joven con su mono y franelilla que de camisa y corbata. Entonces se tiró en la cama junto a mí, preguntando por mis historias de amor personales, tratando de distraerse de la suya propia supongo. Le conté de mis amores, de poliamor, de cuánto seguía queriendo a algunos de mis ex, de lo mal que había pasado con algunos rompimientos y lo poco que me habían importado otros.

5.30am. “¿Te quedas a dormir conmigo?” preguntó de repente, interrumpiéndome en medio de un monólogo sobre celos y mentiras. “Seguro”, le dije, “me parece bien”. Me ofreció una camiseta y un short para dormir, entonces nos metimos en la cama. Rápidamente puso sus brazos a mi alrededor y me apretó contra su pecho. Yo estaba de espaldas, sintiendo su respiración en la nuca y sus pies fríos contra los míos. El sueño nos invadió a ambos. “Lo siento Erick”, murmuró de repente, “no te hice feliz como quería. Yo también espero que encuentres lo que buscas. Gracias por todo lo bonito que me diste y por ayudarme a ser mejor. Te amo.”

Me fue difícil contener un par de lágrimas antes de caer dormido. Pero me sentí muy bien de hacer esta conexión, de ofrecer mi tiempo y mis oídos para traer paz a la vida de alguien, al menos por una noche, o un amanecer.


Cosas que pasan cuando el insomnio ataca en Guayaquil.