agosto 29, 2014

Acuerdos

Hace mucho que no agrego algo nuevo a este blog. Y no es porque no quiera, sino porque me ha faltado la dedicación para sentarme a hacerlo, como me ha faltado con muchas otras cosas, porque temas he tenido en mente.

Pero hoy sentí la necesidad de desahogarme con unas líneas y, como ya es costumbre en mí, desahogarme con el mundo y que me juzgue libremente, porque jamás he temido a los juicios externos y siempre he sentido la necesidad de dejarlo todo salir.

Y es que me siento traicionado. No, es imposible que me hayan montado cachos, viviendo en una relación abierta y poliamorosa, la libertad de hacer y estar es parte del acuerdo. O al menos eso es lo que yo tengo entendido.

Pues verán, uno puede asumir que habla claro, que pone los puntos sobre las ies (creo que así se les dice en plural), que dice las cosas como son y que despeja todas las dudas y variables posibles, pero es como engañarse uno mismo. Ya dice mi madre que siempre se puede confiar en la ignorancia de las personas.

Porque eso de llegar a un acuerdo y luego molestarse por lo que se hace dentro del mismo acuerdo, no tiene otro rostro que el de la fea ignorancia. Pero vivimos en una cultura latina, machista, misógina, de ignorancia y represión donde nos enseñan que las cosas están bien si me satisfacen a mí, si las cosas están bien para mí, entonces no me quejo. Vamos, que ni yo.


Pero ¿qué pasa con eso de tener honor, de tener palabra, eso de que la palabra del brujo debe ser absoluta, de que tu sí sea si y tu no sea no, del amor perfecto y la confianza plena?

Sólo palabras en el aire, sólo tomar un discurso y repetirlo ciegamente, porque la verdad es que ninguna de esas cosas se toman en serio, al menos por algunos. Es muy fácil hablar de libertad, de confianza, de amor y de entendimiento, de comprensión, de tolerancia, de respeto y de igualdad. Pero no es tan fácil cuando te toca a ti entender que el otro puede hacer lo mismo que tú haces.

Ese viejo y asqueroso discurso de “tú eres mío, y yo soy de todos”. Pues a la mierda. No fue ese el acuerdo al que llegamos. No fue ese el contrato que hicimos desde el primer día.


Dice que “agua que no has de beber, mejor dejarla correr”, y así es, si el agua que tengo entre las manos no es la que deseo beber, prefiero soltarla y dejarla correr libre, antes de amargarme la vida encadenado en condiciones que jamás he querido para mí, ni para nadie.