septiembre 13, 2014

Complejo del Puercoespín

Doc, tengo un problema – comencé yo, mientras me acomodaba en el sofá del consultorio.

Pues, me supongo que por eso estás aquí – respondió él – y no tienes que llamarme doc.

Sí, pero no estoy seguro por dónde comenzar. Creo que sufro del complejo de puercoespín. ¿Lo ha escuchado antes? – dije mientras lo miraba a los ojos.

Creo que sí – me respondió el doc mirando a lo lejos por la ventana, como intentando recordar lo que eso era -, pero me gustaría oír lo que tú piensas al respecto. Quizás por ahí podríamos comenzar a descubrir cuál es tu problema.

Pues, hasta donde yo sé, el complejo del puercoespín es esto que le sucede a las personas, que quieren acercarse a los demás, quieren sentir y dar amor, quieren hacer amigos, quieren tener pareja, y quieren tener una relación buena con todos a su alrededor, pero saben que su piel está cubierta de espinas duras, de recuerdos, de miedos, de traumas, de conflictos internos, y por eso les cuesta mucho dejar que las personas se acerquen, porque no quieren hacerles daño, no quieren cargar a otros con su mierda. Y por esa razón se aíslan, se vuelven solitarios, retraídos. Quizás no lo aparentan, y tienen círculos de amigos, gente con la que comparten muchas cosas. Pero todo es superficial, la gente sólo conoce su sonrisa, su lado público, por darle un nombre, y realmente nadie sabe lo que pasa por su mente, nadie conoce sus miedos más profundos, sus motivaciones, quizás nadie los ha visto llorar, quizás nadie sabe por qué se enamoran o por qué terminan sus relaciones, quizás nadie ha notado su silencio en muchas ocasiones o su dificultad para relacionarse con gente nueva. Justamente porque saben enmascararse para evitar que la gente se acerque demasiado. Por favor, corríjame si me equivoco – terminé yo, respirando profundo y esperando la corrección.

No, de hecho está muy bien – me dijo el doc mientras ajustaba sus lentes -, parece que has leído mucho al respecto.

Sí, algo – le respondí con un poco de pena -, he estado pensando que debo superarlo, pero no sé cómo hacerlo. Las espinas siguen ahí, y tengo amigos doc, tengo pareja, pero no lo sé, me cuesta mucho confiar en la gente, en todos, no dejo que nadie se acerque demasiado, no me muestro por completo con nadie, no le cuento mis secretos a nadie, ni mis miedos, ni me dejo ver llorando, ni expongo mis verdaderas razones en muchas cosas, ni dejo volar mis palabras, siempre pienso lo que debo decir, lo que debo aparentar, cómo me debo ver, cómo debo sonreír, cómo debo actuar para evitar que la gente se acerque demasiado. Y es bastante trabajo.

Y comienzas a agotarte. ¿No sientes que te cansas? Que estás listo para renunciar a todo y desaparecer. Como si lo mejor fuese reiniciar la partida y comenzar desde cero para intentar que las espinas desaparezcan.

El silencio llenó el consultorio, yo pensaba en qué iba a responder a continuación. Mis ojos iban de la estantería llena de diplomas a la pared llena de certificados de congresos y eventos en varias partes del mundo y al otro extremo, a la biblioteca llena de tomos empastados con títulos en español, inglés, francés, alemán y portugués. Este hombre había recorrido el mundo estudiando la mente humana y eso me inspiraba confianza.

Por fin me decidí a responder -Si doc. Así me he sentido muchas veces. Yo creo en la reencarnación, ¿sabe? – le dije con algo de duda -, y ya una vez intenté acabar con mi vida. Bueno, tres veces. Nunca lo logré, pero siempre pensé que esa sería la solución. Si todo termina, podría comenzar de nuevo, en otro momento, en otro espacio. Quizás mejor, quizás peor. Pero las espinas se morirían con esta vida.

Y sin embargo aún sigues aquí, buscando mi ayuda – dijo mientras ponía su libreta en el escritorio y se guardaba el bolígrafo en el bolsillo de la camisa.

Si doc. No lo sé. Tal vez usted me pueda decir algo que yo no haya pensado. Quizás me pueda orientar o mandarme a hacer algún ejercicio. Quizás pueda darme una idea para salir de mis espinas o para hacerlas más suaves. O qué se yo – le dije con un tono casi suplicante pero sin mirarlo.

Mira Joe – comenzó a decir el doc -, no existe una fórmula mágica para resolver los problemas, eso lo sabes. La única forma de superar algunas tormentas es atravesándolas, viviendo el dolor en carne propia hasta que ya no lo sientas más – y enfatizaba cada palabra como si escalase una cumbre emocional.

Si doc. ¿Pero debo exponer a otros a ese dolor? ¿Debo sentarme allí y arrojar mi mierda al mundo con la esperanza de que alguien esté dispuesto a tomarla y ensuciarse conmigo sin miedos? – esto comenzaba a irse por donde no quería y tenía que evadirlo.

¿Lo has intentado? – preguntó el doc mirándome como a un niño que no ha hecho su tarea.

¡Claro! Bueno, eso creo – respondí con algo de duda.

Noto la duda en tu voz Joe. Si no estás seguro de haberlo intentado, no puedes estar seguro de que no haya alguien dispuesto a abrazarte plenamente y tomar todo lo que eres tú, todo lo que tienes, todos tus miedos y tus traumas y tus rollos y caminar contigo sin dudar.

Por alguna razón, su discurso me sonó a filosofía barata y decidí que no quería continuar. Me senté y lo miré fijo a los ojos en silencio por un par de segundos. Entonces volví el rostro hacia el suelo y le dije –Ya doc, no quiero continuar por ahora. Debo irme. Tengo otras cosas que debo hacer.

Aún no ha terminado tu hora Joe. Y realmente quiero ayudarte. Somos amigos y hago esto con gusto – su respuesta sonaba muy sincera, pero realmente estaba decidido a marcharme.

Lo siento doc. Seguimos otro día - me levanté del sofá y me acerqué a él. Le estreché la mano mientras lo miraba a los ojos – Aún te brillan los ojos cuando me miras Sebas – le dije con una sonrisa.

Aún creo que eres un chico increíble Joe, y que nunca me diste una verdadera oportunidad de conquistarte – me respondió él con su acento de niño pícaro.

Uno de estos días puede que te acepte la invitación a cenar Sebas – le respondí con una sonrisa juguetona y le solté la mano. Me di media vuelta y salí.


Ya eran más de las 6 de la tarde y oscurecía rápidamente. Definitivamente volvería a ese consultorio, pero no por Sebas, sino para intentar quitarle las espinas al puercoespín de mi vida. Y, seguro de eso, caminé hacia la parada para tomar el bus a casa.