diciembre 04, 2013

Amor en Segundos

No lo conozco y no sé quién es, no sé su nombre, ni su edad, no sé de dónde viene ni a dónde va, pero el destino lo ha cruzado en mi camino.

Así, muy inocentemente me topo con una de las maravillas de esta vida, algo tan sencillo como ir sentado en un bus junto a un personaje desconocido que logre robarte el aliento durante un par de segundos.

Sucede que este personaje, que calculo tendría entre 20 y 22 años, iba quedándose dormido en el bus, tenía pinta de chico deportista, con sus zapatos, su short y su franela sin mangas, que dejaba ver una muy interesante musculatura. (Obviamente no es el de la foto).

Yo iba a su lado, sentando allí, porque era el único puesto en el que no había nadie y, además, porque aparentemente no quería moverse de su asiento, así que tocaba pasar sobre él hacia el puesto que va junto a la ventana, y posiblemente con la cara de cansado que llevaba, nadie quería vivir la situación de que se le durmiera en el hombro y, peor aún, que llegase a babear y todo.

Pero bueno, quizás corrí el riesgo porque me pareció lindo desde que me subí al bus y lo noté, quizás pretendía algo más, pero quizás no. De todos modos, lo que sucedió fue algo muy inocente e interesante para mi comprensión de lo que es y cómo nace esa cosa rara que llamamos amor.

Estaba yo allí, sentado, mirando las luces de los autos pasar junto al bus, observando la tarde caer y la oscuridad sumirse sobre todo, la gente que sale en masa a la calle para dirigirse a sus casas a descansar después de un día de trabajo, y junto a mí, este pequeño adonis, sin la menor idea de que, a cada oportunidad volteaba para admirar su físico.

No estoy seguro si de repente se sintió cómodo o simplemente lo venció el sueño, pero comenzó a cerrar los ojos y dejar su cabeza caer hacia un lado, hacia mi lado. Este chico lindo, en cuestión de segundos estaba acostado en mi hombro y yo, con una sonrisa de oreja a oreja, no sabía qué hacer o qué decirle.

Cuando me armé del valor suficiente para interrumpir su sueño, le pregunté simplemente si estaba cómodo, a lo que él reaccionó sacudiendo la cabeza  y pidiéndome disculpas con una gran sonrisa, antes de recostarse sobre el asiento y acomodarse nuevamente para que su cabeza cayera en la dirección opuesta a mí.

Yo, un poco más decidido quizás, comencé a observarlo más directamente, a recorrer la forma de su frente, su cabello, sus orejas, sus labios, su nariz, sus pestañas, cejas, párpados, mejillas, su cuello, su manzana de adán, y volteaba solamente cuando, en las sacudidas del bus, él despertaba sólo para volverse a quedar dormido.

Lo miraba, si, pero no con el morbo de quien avista a su presa para devorarla de un bocado, al contrario, lo miraba como quien contempla una obra de arte, como quien desea encerrarle en un museo y que todos lo admiren y entiendan su belleza como aparentemente yo la estaba entendiendo en ese momento.

Y ahí, me sentí en un dilema.

¿Qué estaba haciendo? Contemplando la belleza de un chico desconocido que el destino me cruzó saliendo de mi trabajo y en camino a casa, donde tengo otro chico, de otra belleza extrema esperándome. ¿Significaba esto que me aburría? ¿Acaso buscaba en otras obras de arte la posibilidad de cambiarle?

Pero tan rápido como me invadieron las dudas, volvieron a disiparse. No era un cambio lo que buscaba, no se admira una obra de arte como algo absoluto, pues la belleza radica en la posibilidad de ser admirada por un ojo que la desea. Es decir, todo es bello si queremos que lo sea.

Y recordé, gracias a este chico desconocido y a su belleza que me intrigaba, que hace tres años decidí que el poliamor sería mi forma de amar, y pensé que no había nada malo detrás de mi contemplación de su belleza, es una belleza diferente, y es la capacidad de admirar esa belleza, de sentir ese gusto, esas ansias de querer más y esperar más y buscar más y amar más, lo que realmente me hace ser poliamoroso.

Es que se vuelve uno consciente de la gran mentira que nos enseñan desde niños, porque resulta que uno solo no te puede dar todo, porque uno solo no puede serlo todo, siempre habrá más que conocer, que aprender, que explorar, que avanzar, que evolucionar y que vivir. Si es así, por qué vivir en amores cerrados, por qué vivir en relaciones que no avanzan, que se estancan, que no prueban cosas nuevas, que no evolucionan.

¿Por qué vivir junto a alguien, tras una mentira de exclusividad, si se es consciente que siempre estaremos buscando y pidiéndole algo más?

Todo, en esos segundos que duro mi amor por este chico desconocido en un bus.