No lo conozco y no sé quién es,
no sé su nombre, ni su edad, no sé de dónde viene ni a dónde va, pero el
destino lo ha cruzado en mi camino.
Así, muy inocentemente me topo
con una de las maravillas de esta vida, algo tan sencillo como ir sentado en un
bus junto a un personaje desconocido que logre robarte el aliento durante un
par de segundos.
Sucede que este personaje, que
calculo tendría entre 20 y 22 años, iba quedándose dormido en el bus, tenía
pinta de chico deportista, con sus zapatos, su short y su franela sin mangas,
que dejaba ver una muy interesante musculatura. (Obviamente no es el de la foto).
Yo iba a su lado, sentando allí,
porque era el único puesto en el que no había nadie y, además, porque
aparentemente no quería moverse de su asiento, así que tocaba pasar sobre él
hacia el puesto que va junto a la ventana, y posiblemente con la cara de
cansado que llevaba, nadie quería vivir la situación de que se le durmiera en
el hombro y, peor aún, que llegase a babear y todo.
Pero bueno, quizás corrí el
riesgo porque me pareció lindo desde que me subí al bus y lo noté, quizás
pretendía algo más, pero quizás no. De todos modos, lo que sucedió fue algo muy
inocente e interesante para mi comprensión de lo que es y cómo nace esa cosa
rara que llamamos amor.
Estaba yo allí, sentado, mirando
las luces de los autos pasar junto al bus, observando la tarde caer y la
oscuridad sumirse sobre todo, la gente que sale en masa a la calle para
dirigirse a sus casas a descansar después de un día de trabajo, y junto a mí,
este pequeño adonis, sin la menor idea de que, a cada oportunidad volteaba para
admirar su físico.
No estoy seguro si de repente se
sintió cómodo o simplemente lo venció el sueño, pero comenzó a cerrar los ojos
y dejar su cabeza caer hacia un lado, hacia mi lado. Este chico lindo, en
cuestión de segundos estaba acostado en mi hombro y yo, con una sonrisa de
oreja a oreja, no sabía qué hacer o qué decirle.
Cuando me armé del valor
suficiente para interrumpir su sueño, le pregunté simplemente si estaba cómodo,
a lo que él reaccionó sacudiendo la cabeza
y pidiéndome disculpas con una gran sonrisa, antes de recostarse sobre
el asiento y acomodarse nuevamente para que su cabeza cayera en la dirección
opuesta a mí.
Yo, un poco más decidido quizás,
comencé a observarlo más directamente, a recorrer la forma de su frente, su
cabello, sus orejas, sus labios, su nariz, sus pestañas, cejas, párpados,
mejillas, su cuello, su manzana de adán, y volteaba solamente cuando, en las
sacudidas del bus, él despertaba sólo para volverse a quedar dormido.
Lo miraba, si, pero no con el
morbo de quien avista a su presa para devorarla de un bocado, al contrario, lo
miraba como quien contempla una obra de arte, como quien desea encerrarle en un
museo y que todos lo admiren y entiendan su belleza como aparentemente yo la
estaba entendiendo en ese momento.
Y ahí, me sentí en un dilema.
¿Qué estaba haciendo?
Contemplando la belleza de un chico desconocido que el destino me cruzó
saliendo de mi trabajo y en camino a casa, donde tengo otro chico, de otra
belleza extrema esperándome. ¿Significaba esto que me aburría? ¿Acaso buscaba
en otras obras de arte la posibilidad de cambiarle?
Pero tan rápido como me
invadieron las dudas, volvieron a disiparse. No era un cambio lo que buscaba,
no se admira una obra de arte como algo absoluto, pues la belleza radica en la
posibilidad de ser admirada por un ojo que la desea. Es decir, todo es bello si
queremos que lo sea.
Y recordé, gracias a este chico
desconocido y a su belleza que me intrigaba, que hace tres años decidí que el
poliamor sería mi forma de amar, y pensé que no había nada malo detrás de mi
contemplación de su belleza, es una belleza diferente, y es la capacidad de
admirar esa belleza, de sentir ese gusto, esas ansias de querer más y esperar
más y buscar más y amar más, lo que realmente me hace ser poliamoroso.
Es que se vuelve uno consciente
de la gran mentira que nos enseñan desde niños, porque resulta que uno solo no
te puede dar todo, porque uno solo no puede serlo todo, siempre habrá más que
conocer, que aprender, que explorar, que avanzar, que evolucionar y que vivir.
Si es así, por qué vivir en amores cerrados, por qué vivir en relaciones que no
avanzan, que se estancan, que no prueban cosas nuevas, que no evolucionan.
¿Por qué vivir junto a alguien,
tras una mentira de exclusividad, si se es consciente que siempre estaremos
buscando y pidiéndole algo más?