Nunca quise lastimarte. Nunca pretendí mentirte.
Sentí el calor de tu amor como el sol brillante de las
mañanas cubre el mundo.
Sentí tu compañía y tu abrazo que me hicieron sentir seguro
y vivo.
Aprendí contigo de paciencia y tolerancia, de convivencia,
de manías y pasiones sin freno.
De ladrillos que se van amontonando y crean altas torres
para ver los caminos distantes.
Aprendí contigo a darlo todo, hasta lo que no tengo.
Dejarme caer en el vacio y confiar en que unos brazos estarían
allí para atraparme.
Contigo recordé lo que es sentirse como un niño, viendo el
mundo por primera vez.
Recorriendo calles y avenidas como si nunca antes las
hubiese visto.
Contigo aprendí a ser más yo mismo. Contigo recordé mis
metas y mis fracasos.
Contigo descubrí nuevas fuerzas y abrí nuevas puertas.
Contigo crecí, contigo forje un nuevo camino.
Pero el tiempo que lo juzga todo y que no perdona nos hizo ver
que no todo era perfecto.
Que los errores se pueden acumular y hacerse más pesados que
cualquier otra carga.
El final se acercaba.
Y el aprendizaje llegaría a su final, para luego tomar nuevos
senderos.
Este camino juntos ha terminado, pero muchos otros se abren
frente a nuestros ojos.
Aunque nos duela, tenemos que aceptar la realidad.
Nuestra flor se ha ido ya, la ahogamos con pesares y ahora las
lágrimas bañan su tierra.
Sigues brillante, como el sol, sigues siendo fuerte y
grande, como esas torres de ladrillos.
Pero ya no brillarás para mí, ni serás mi atalaya.
Tus murallas y tu luz encontrarán un nuevo querer.
Porque no hay espacio en este mundo que no puedas alcanzar
con tu sonrisa.
Porque no hay silencio que no puedas romper con el valor de
tus palabras.
Porque no hay corazón de oro como lo es el tuyo.
Simplemente se acabo mi tiempo a tu lado.