
Somos latinoamericanos, y el drama es el pan nuestro de cada día. No sabemos vivir, ni dejar vivir a otros sin hacer criticas, sin intentar destruir a aquel que consideramos errado, descarriado, hereje, traidor, inmoral, raro, diferente, fenómeno y paren ustedes de contar. Pero no lo destruimos porque realmente lo consideremos mal, lo destruimos porque en su libertad, en su locura, en su “error” vemos el reflejo de nuestros propios deseos de ser libres, de expresar los más profundos deseos de nuestra piel, de nuestros labios, de nuestro corazón, nuestra mente y nuestra alma sin miedos y dejar salir todo aquello que reprimimos con tanta violencia para no ser vistos fuera del rebaño.

Y preferimos vivir en el silencio, en las sombras, en el rebaño. Pues yo digo, grito, exclamo: ¡YA NO MÁS! ¡No puedo vivir para alguien más! ¡No puedo! ¡No puedo ser conformista! ¡No puedo vivir por reglas que otros decidieron! ¡No puedo amoldarme a algo que mi ser rechaza como opuesto a mis emociones, a mis ideas, a mis pensamientos, a mis necesidades, a mí!
¡Ya no quiero ser parte del rebaño!
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