Doc, tengo un problema – comencé yo,
mientras me acomodaba en el sofá del consultorio.
Pues, me supongo que por eso estás
aquí – respondió él – y no tienes que llamarme doc.
Sí, pero no estoy seguro por
dónde comenzar. Creo que sufro del complejo de puercoespín. ¿Lo ha escuchado
antes? – dije mientras lo miraba a los ojos.
Creo que sí – me respondió el doc
mirando a lo lejos por la ventana, como intentando recordar lo que eso era -,
pero me gustaría oír lo que tú piensas al respecto. Quizás por ahí podríamos
comenzar a descubrir cuál es tu problema.
Pues, hasta donde yo sé, el
complejo del puercoespín es esto que le sucede a las personas, que quieren
acercarse a los demás, quieren sentir y dar amor, quieren hacer amigos, quieren
tener pareja, y quieren tener una relación buena con todos a su alrededor, pero
saben que su piel está cubierta de espinas duras, de recuerdos, de miedos, de
traumas, de conflictos internos, y por eso les cuesta mucho dejar que las
personas se acerquen, porque no quieren hacerles daño, no quieren cargar a
otros con su mierda. Y por esa razón se aíslan, se vuelven solitarios,
retraídos. Quizás no lo aparentan, y tienen círculos de amigos, gente con la
que comparten muchas cosas. Pero todo es superficial, la gente sólo conoce su
sonrisa, su lado público, por darle un nombre, y realmente nadie sabe lo que
pasa por su mente, nadie conoce sus miedos más profundos, sus motivaciones,
quizás nadie los ha visto llorar, quizás nadie sabe por qué se enamoran o por
qué terminan sus relaciones, quizás nadie ha notado su silencio en muchas
ocasiones o su dificultad para relacionarse con gente nueva. Justamente porque
saben enmascararse para evitar que la gente se acerque demasiado. Por favor, corríjame
si me equivoco – terminé yo, respirando profundo y esperando la corrección.
No, de hecho está muy bien – me dijo
el doc mientras ajustaba sus lentes -, parece que has leído mucho al respecto.
Sí, algo – le respondí con un
poco de pena -, he estado pensando que debo superarlo, pero no sé cómo hacerlo.
Las espinas siguen ahí, y tengo amigos doc, tengo pareja, pero no lo sé, me
cuesta mucho confiar en la gente, en todos, no dejo que nadie se acerque demasiado,
no me muestro por completo con nadie, no le cuento mis secretos a nadie, ni mis
miedos, ni me dejo ver llorando, ni expongo mis verdaderas razones en muchas
cosas, ni dejo volar mis palabras, siempre pienso lo que debo decir, lo que
debo aparentar, cómo me debo ver, cómo debo sonreír, cómo debo actuar para
evitar que la gente se acerque demasiado. Y es bastante trabajo.
Y comienzas a agotarte. ¿No
sientes que te cansas? Que estás listo para renunciar a todo y desaparecer.
Como si lo mejor fuese reiniciar la partida y comenzar desde cero para intentar
que las espinas desaparezcan.
El silencio llenó el consultorio,
yo pensaba en qué iba a responder a continuación. Mis ojos iban de la
estantería llena de diplomas a la pared llena de certificados de congresos y
eventos en varias partes del mundo y al otro extremo, a la biblioteca llena de
tomos empastados con títulos en español, inglés, francés, alemán y portugués.
Este hombre había recorrido el mundo estudiando la mente humana y eso me
inspiraba confianza.
Por fin me decidí a responder -Si
doc. Así me he sentido muchas veces. Yo creo en la reencarnación, ¿sabe? – le
dije con algo de duda -, y ya una vez intenté acabar con mi vida. Bueno, tres veces.
Nunca lo logré, pero siempre pensé que esa sería la solución. Si todo termina,
podría comenzar de nuevo, en otro momento, en otro espacio. Quizás mejor,
quizás peor. Pero las espinas se morirían con esta vida.
Y sin embargo aún sigues aquí,
buscando mi ayuda – dijo mientras ponía su libreta en el escritorio y se
guardaba el bolígrafo en el bolsillo de la camisa.
Si doc. No lo sé. Tal vez usted
me pueda decir algo que yo no haya pensado. Quizás me pueda orientar o mandarme
a hacer algún ejercicio. Quizás pueda darme una idea para salir de mis espinas
o para hacerlas más suaves. O qué se yo – le dije con un tono casi suplicante
pero sin mirarlo.
Mira Joe – comenzó a decir el doc
-, no existe una fórmula mágica para resolver los problemas, eso lo sabes. La
única forma de superar algunas tormentas es atravesándolas, viviendo el dolor
en carne propia hasta que ya no lo sientas más – y enfatizaba cada palabra como
si escalase una cumbre emocional.
Si doc. ¿Pero debo exponer a
otros a ese dolor? ¿Debo sentarme allí y arrojar mi mierda al mundo con la
esperanza de que alguien esté dispuesto a tomarla y ensuciarse conmigo sin
miedos? – esto comenzaba a irse por donde no quería y tenía que evadirlo.
¿Lo has intentado? – preguntó el
doc mirándome como a un niño que no ha hecho su tarea.
¡Claro! Bueno, eso creo –
respondí con algo de duda.
Noto la duda en tu voz Joe. Si no
estás seguro de haberlo intentado, no puedes estar seguro de que no haya
alguien dispuesto a abrazarte plenamente y tomar todo lo que eres tú, todo lo
que tienes, todos tus miedos y tus traumas y tus rollos y caminar contigo sin
dudar.
Por alguna razón, su discurso me
sonó a filosofía barata y decidí que no quería continuar. Me senté y lo miré
fijo a los ojos en silencio por un par de segundos. Entonces volví el rostro
hacia el suelo y le dije –Ya doc, no quiero continuar por ahora. Debo irme.
Tengo otras cosas que debo hacer.
Aún no ha terminado tu hora Joe.
Y realmente quiero ayudarte. Somos amigos y hago esto con gusto – su respuesta
sonaba muy sincera, pero realmente estaba decidido a marcharme.
Lo siento doc. Seguimos otro día -
me levanté del sofá y me acerqué a él. Le estreché la mano mientras lo miraba a
los ojos – Aún te brillan los ojos cuando me miras Sebas – le dije con una
sonrisa.
Aún creo que eres un chico
increíble Joe, y que nunca me diste una verdadera oportunidad de conquistarte –
me respondió él con su acento de niño pícaro.
Uno de estos días puede que te
acepte la invitación a cenar Sebas – le respondí con una sonrisa juguetona y le
solté la mano. Me di media vuelta y salí.
Ya eran más de las 6 de la tarde
y oscurecía rápidamente. Definitivamente volvería a ese consultorio, pero no
por Sebas, sino para intentar quitarle las espinas al puercoespín de mi vida.
Y, seguro de eso, caminé hacia la parada para tomar el bus a casa.