Hace mucho que no agrego algo nuevo a este blog. Y no es
porque no quiera, sino porque me ha faltado la dedicación para sentarme a
hacerlo, como me ha faltado con muchas otras cosas, porque temas he tenido en
mente.
Pero hoy sentí la necesidad de desahogarme con unas líneas
y, como ya es costumbre en mí, desahogarme con el mundo y que me juzgue
libremente, porque jamás he temido a los juicios externos y siempre he sentido
la necesidad de dejarlo todo salir.
Y es que me siento traicionado. No, es imposible que me
hayan montado cachos, viviendo en una relación abierta y poliamorosa, la
libertad de hacer y estar es parte del acuerdo. O al menos eso es lo que yo
tengo entendido.
Pues verán, uno puede asumir que habla claro, que pone los
puntos sobre las ies (creo que así se les dice en plural), que dice las cosas
como son y que despeja todas las dudas y variables posibles, pero es como
engañarse uno mismo. Ya dice mi madre que siempre se puede confiar en la
ignorancia de las personas.
Porque eso de llegar a un acuerdo y luego molestarse por lo
que se hace dentro del mismo acuerdo, no tiene otro rostro que el de la fea
ignorancia. Pero vivimos en una cultura latina, machista, misógina, de ignorancia
y represión donde nos enseñan que las cosas están bien si me satisfacen a mí,
si las cosas están bien para mí, entonces no me quejo. Vamos, que ni yo.
Pero ¿qué pasa con eso de tener honor, de tener palabra, eso
de que la palabra del brujo debe ser absoluta, de que tu sí sea si y tu no sea
no, del amor perfecto y la confianza plena?
Sólo palabras en el aire, sólo tomar un discurso y repetirlo
ciegamente, porque la verdad es que ninguna de esas cosas se toman en serio, al
menos por algunos. Es muy fácil hablar de libertad, de confianza, de amor y de
entendimiento, de comprensión, de tolerancia, de respeto y de igualdad. Pero no
es tan fácil cuando te toca a ti entender que el otro puede hacer lo mismo que
tú haces.
Ese viejo y asqueroso discurso de “tú eres mío, y yo soy de
todos”. Pues a la mierda. No fue ese el acuerdo al que llegamos. No fue ese el
contrato que hicimos desde el primer día.
Dice que “agua que no has de beber, mejor dejarla correr”, y
así es, si el agua que tengo entre las manos no es la que deseo beber, prefiero
soltarla y dejarla correr libre, antes de amargarme la vida encadenado en
condiciones que jamás he querido para mí, ni para nadie.