Realmente esperaba que mi primera entrada del año
fuese algo feliz, emocionante, loco, aventurero o al menos digno de risa. Pero
lamentablemente el universo es una mierda y le fascina dejarnos con las ganas
de aquello que queremos para lanzarnos a otros vacíos y fosos de los que muchas
veces nos costará la vida entera poder salir.
Y yo me encontré cara a cara con mi foso anoche.
Ahora, cuando hablamos de foso, siempre asumimos
que la gente cae en el foso, pero también existe la posibilidad de ser
arrojados al foso por otra persona. Sólo para dejar eso claro.
Entonces sí, anoche sucedió. No quiero relatar las
circunstancias particulares porque realmente no es el motivo de este diálogo
que inicio conmigo mismo, y con ustedes mis lectores, pero si quiero hacer énfasis
en un punto muy específico:
JAMÁS, BAJO NINGUNA CIRCUNSTANCIA, SE PUEDE CONFIAR
EN LOS DEMÁS
Hay que asumirlo señores, una persona puede decir
que te ama con todo su ser, puede jurar por su vida misma que tú eres su amor,
su luz, su sol, su luna, su lo que sea, una persona puede decir que te respeta,
que te entiende, que tiene x, y o z imagen de ti, buena, mala o regular, pero
jamás podrás saber lo que esa persona realmente piensa cuando tú le das la
espalda y miras en otra dirección.
Y así sucede que decir mentiras, omitir cosas y
pasar por alto detalles y situaciones se convierte en el pan nuestro de cada
día, en el que nos repetimos hasta el cansancio que la confianza, el respeto y
la comunicación son la base de una buena relación (de pareja, de amigos, de
familia, cualquiera). Pero vivimos en una constante de traicionar la confianza
de las personas a nuestro alrededor y, con ello, faltarles el respeto y
destruir la comunicación que se pueda tener.
Es así como nacen los peores enemigos de toda
relación: LA DISTANCIA Y EL SILENCIO
Comienzas a sentir que no puedes confiar en esa
persona, que esa persona no te respeta, por lo tanto te alejas, y no me refiero
a distancia física, me refiero a actitudes, a costumbres, a formas de ser, de
actuar, de hablar, le vas restando y restando a la relación, como una fruta en
la tierra que comienza a pudrirse lentamente bajo el peso del tiempo.
Y detrás de ella viene el silencio. Sientes que ha
muerto la confianza, así que es lógico que comiences a guardarte más y más
cosas, sientes que todo lo que dices será usado en tu contra o, como sucedió en
mi caso, todo lo que esa persona sabe se lo callará y dejará que otros intenten
hundirte sin hacer el más mínimo esfuerzo por salvarte el pellejo.
Porque así es como se descubre la verdad, por boca
de terceros.
Bien dicen en la película Moulin Rouge, en la
escena del tango de Roxanne: “dónde no hay confianza, no puede haber amor”.
Que triste que le abras la puerta de tu vida a una
persona y que le ofrezcas un camino de honestidad y transparencia, que le
cuentes hasta de tus detalles más íntimos y desagradables, y esa persona te
recompense guardándose las cosas, ocultando, mintiendo, enmascarando sus
acciones, sus intenciones y sus actitudes.
Es tener una relación con la mentira como base.
Pero luego tú eres el malo si te quejas o si intentas hacer algo al respecto o
si intentas presionar la situación. Porque, mis estimados lectores, en este
mundo, como me dijeron anoche, al bueno todos le tiran mierda.
Anoche la mierda llegó hasta el techo.
Quizás suena como que me quejo y todo es malo y
debería sentarme a llorar y deprimirme y todas esas cosas, pero quienes me
conocen de verdad saben que mis procesos personales tienen ritmos distintos y
ahora me encuentro en otra cosa completamente. No me sentaré a llorar. Si me
quejaré, porque considero que uno debe defender lo que es realmente justo. Pero
el llanto y la depresión son cosas que no me puedo permitir en este momento en
el que requiero de claridad y lucidez mental.
Vendrán muchos cambios, drásticos en su mayoría,
personales e íntimos todos. Mi ciclo personal está a días de cerrar. Y viene mi
turno de echarle mierda al mundo. Espero que todos estén preparados, porque me
encanta tener mis cartas bajo la manga hasta el final y ocultar la daga tras la
sonrisa más natural.
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